La niebla cerebral
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La idea de una mente «nublada», donde te sientes lento y olvidadizo, te distraes con facilidad o te sientes completamente abrumado por las tareas cotidianas no es nueva. En 1817, el médico Georg Greiner habló de un Verdunkelung des Bewusstseins, la formación de nubes en la conciencia, un fenómeno que afectaba a los pacientes con delirios y cuyas características principales eran la falta de atención, las anomalías en el proceso del pensamiento, las dificultades en la comprensión y los problemas en el lenguaje.
La niebla cerebral no es un diagnóstico clínico oficial, pero es algo que comentan muchas personas después de varias noches de insomnio, cuando se toman ciertos medicamentos como los antihistamínicos, o como resultado del jet lag, entre otras muchas situaciones. Algunas personas experimentan algo parecido después de una comida abundante, durante periodos especialmente estresantes de la vida o cuando se producen grandes cambios hormonales, como durante el embarazo o la menopausia. Puede ser también un síntoma de enfermedades tales como la enfermedad de Lyme, el lupus y la esclerosis múltiple, una experiencia que se genera después de un tratamiento contra el cáncer o incluso durante un resfriado especialmente fuerte.
Aproximadamente entre el 20 y el 30 % de los pacientes que han sufrido COVID-19 tienen una niebla cerebral que persiste o se desarrolla durante los tres meses posteriores a su infección inicial y más del 65 % de los que tienen covid persistente relatan sufrir también de síntomas neurológicos. Los motivos concretos de porqué unos pacientes la sufren y otros no, no se conocen, pero se ha planteado que podría estar relacionado con el envejecimiento, la estancia hospitalaria prolongada, la necesidad de soporte respiratorio, la oxigenoterapia de alto flujo y la llamada tormenta de citoquinas, una reacción en la que el sistema inmunitario innato provoca una liberación descontrolada y excesiva de las moléculas de señalización proinflamatorias denominadas citoquinas. Normalmente, las citoquinas forman parte de la respuesta inmunitaria del organismo a las infecciones, pero su liberación repentina en grandes cantidades puede llegar a causar fallos orgánicos multisistémicos e incluso la muerte. Andamos siempre sobre el filo de la navaja.
Los posibles mecanismos biológicos planteados para explicar por qué estos cambios en la vida causarían estos síntomas cognitivos son una desregulación inmunitaria, inflamación sistémica continua derivada de la autoinmunidad, invasión vírica directa a través de una barrera hematoencefálica alterada y microhemorragias cerebrales. El estigma social, el aislamiento, la soledad, el miedo, y la inactividad contribuyen también al deterioro cognitivo que sufre parte de las personas afectadas por la COVID-19.
Independientemente de cuándo o cómo se produzca, la niebla cerebral puede ser frustrante y preocupante. Estos problemas cognitivos pueden aparecer y desaparecer, tanto en el caso de la niebla cerebral relacionada con la COVID-19 como en otros tipos. Hay personas que son capaces de seguir con sus trabajos y su vida habitual, pero es posible que necesiten descansos más frecuentes entre las tareas y luego hay otras personas que quedan completamente incapacitadas.
La niebla cerebral tiende a afectar a la función ejecutiva, un conjunto de habilidades esenciales para la planificación, la organización de la información, el seguimiento de instrucciones y la actividad multitarea, entre otras cosas. Entre las dificultades que más frecuentemente señalan los afectados son problemas de concentración, problemas de memoria a corto y largo plazo, alteraciones en la consolidación de la memoria a corto plazo, fallos en la memoria de trabajo, disminución de la velocidad de rendimiento, incapacidad para realizar varias tareas a la vez, sobrecarga cognitiva, y disminución de la capacidad de atención.
A muchos médicos el término «niebla cerebral» les suena a ciencia pop y prefieren utilizar el término «deterioro cognitivo» para dar más legitimidad médica a lo que padecen los pacientes, e inician el proceso de diagnóstico con exámenes cognitivos que se emplean habitualmente para medir la función ejecutiva en enfermedades graves como la demencia. La diferencia clave es que la niebla cerebral no empeora progresivamente como sucede con las capacidades mentales en la demencia. Es posible que algunos días sean peores que otros, pero la niebla cerebral tiende a afectar la función cognitiva en la misma medida, sin que se produzca un deterioro creciente.
Algunos investigadores han buscado biomarcadores que sirvan para identificar algunas causas de deterioro cognitivo, como la apnea del sueño, la deficiencia de vitamina B u otros problemas hormonales y tiroideos. Pero como la niebla cerebral puede presentarse de tantas formas diferentes y tiene tantas causas distintas, las pruebas de diagnóstico no han aportado un esquema coherente. A veces, puede ser difícil de diagnosticar porque el origen no es único, sino que está causada por varios factores diferentes, incluso en el caso de un paciente que padece una enfermedad general. Una persona con lupus o esclerosis múltiple, por ejemplo, puede experimentar un deterioro cognitivo debido a un daño directo en sus células cerebrales, pero también puede no estar durmiendo lo suficiente, sufrir un fuerte estrés, tener una gran fatiga o estar tomando medicamentos que contribuyen a la niebla cerebral. No es fácil establecer una relación causa-consecuencia.
Aunque haya una afectación cerebral es posible que los elementos implicados sean diferentes. En el lupus y la esclerosis múltiple puede haber un daño directo en las neuronas, pero es mucho más raro en la COVID-19. Los cerebros de algunos pacientes muestran una desregulación en sus células endoteliales, las que recubren los vasos sanguíneos del cerebro. Esto puede dar lugar a una barrera hematoencefálica más permeable, que permita el paso de sustancias nocivas al cerebro y modifiquen negativamente la función cognitiva.
Otra hipótesis de trabajo es que habría un punto común en el que confluirían distintos elementos causantes de la niebla cerebral: virus como el del VIH, ébola o covid, tóxicos como la quimioterapia que usamos contra el cáncer, enfermedades como el lupus, todos ellos coinciden en algo: producen inflamación. Los pacientes con deterioro cognitivo persistente después de la COVID-19 tienen altos niveles de marcadores inflamatorios en la sangre y el líquido cefalorraquídeo.
Otra gran pregunta es cómo eliminar la niebla cerebral. Entre las estrategias para gestionarla están escribir notas, programar alarmas y llevar agendas para organizar los compromisos. Tomar descansos regulares durante los proyectos largos para poder mantener la concentración y terminar las tareas. Aprovechar las nuevas tecnologías como las aplicaciones que te permiten gestionar tu tiempo y tu energía y colocar las tareas más difíciles o complicadas en las horas del día donde la cabeza funciona mejor. Parte de esa higiene mental contra la niebla cerebral es fomentar el ejercicio cardiovascular, alimentarse con una dieta sana, dormir las horas suficientes, desenchufar los aparatos electrónicos e incluir en tu agenda cotidiana actividades sociales. Otros proponen cosas como las inmersiones en agua fría. Mantener una rica red social no solamente ayuda a reducir el estrés, sino que también puede aumentar la estimulación intelectual y mejorar tu salud cerebral. Todo ello hace que el cerebro esté más fresco y con mayor capacidad de trabajo y disfrute y es que, quien tiene un amigo tiene un tesoro.