La ciencia para el bienestar general

Nov, 2020

En el complejo y extraordinario contexto que estamos viviendo, la idea de bienestar se vuelve aún más desafiante. El conocimiento científico permite abordar este concepto como reflexión pero también como práctica en función de una construcción individual y social del bienestar. Por ello, desde Fundación INECO, en colaboración con el Banco Interamericano de Desarrollo, organizamos hace unos días el primer Simposio virtual Internacional de Neurociencias y Bienestar.

Una de las preguntas centrales que nos impulsaron a la realización del encuentro fue por qué el bienestar y la felicidad deberían estar entre nuestras prioridades, mucho más en estos momentos.

Partimos de la base de que resultaba clave generar un espacio de debate, comunicación científica, información y presentación de evidencias acerca del impacto sobre la salud mental que trajo aparejada la pandemia del Covid 19. A partir de eso, optamos por hacer foco en los sentidos de esa misma reflexión.

La ciencia reconoce el bienestar como un estado dinámico que se ve reforzado cuando somos capaces de cumplir con nuestros objetivos personales y sociales, y cuando logramos un sentido dentro de la sociedad.

Este último aspecto es fundamental porque existe una idea extendida que concibe a la felicidad como algo que debe ser alcanzado individualmente, algo personal, no relacionado con la comunidad.

Sin embargo, estudios en áreas diversas como la economía, la psicología, la sociología y las ciencias de la conducta han demostrado que, aunque la felicidad es una emoción subjetiva, puede medirse y relacionarse con las características personales y las tendencias de las sociedades.

Uno de los aspectos más destacados en el simposio fue la idea de que nuestro bienestar, en gran parte, se construye. Cada uno de nosotros puede influir sobre su propio bienestar. Así, es fundamental ser conscientes de la forma en que nuestras acciones cotidianas impactan en nuestra salud, nuestros proyectos y nuestro bienestar.

Si bien hay muchas cuestiones que no dependen de cada uno, podemos potenciar nuestro bienestar a través de conductas cooperativas y pro-sociales que nos alejen del pesimismo.

Dada la naturaleza social de nuestro cerebro, aquello que nos da sentido, placer y orgullo suele involucrar a otras personas. Es esencial para una mejor calidad de vida consolidar los vínculos humanos. Las personas altruistas, a quienes les preocupa y valoran el bienestar de los otros, son más prósperas, más empáticas y más resilientes.

Entonces el bienestar no puede lograrse en soledad, sino que depende de nuestra relación con los demás y con el entorno. De esta manera, la felicidad es entendida como un fenómeno colectivo que persigue el bienestar tanto para las generaciones actuales como para las futuras.

La ONU propone un índice de bienestar que aporta una medición amplia de la calidad de vida de las personas a partir de una gran variedad de cuestiones: los ingresos, la expectativa de vida, la vivienda, la alimentación, si los niños y las niñas van a la escuela o no, si se tiene acceso a la medicina, entre otros.

El bienestar debe ser el criterio para medir el desarrollo humano de un país. En este sentido, estudios del BID agregan que es primordial el carácter equitativo de las sociedades, ya que el objetivo es alcanzar una distribución justa y razonable del bienestar en la población, mejorar las condiciones y la calidad de vida de todas las personas.

Es por esto que muchos países y también organismos internacionales han desarrollado instrumentos para poder medir el bienestar y para orientar las políticas públicas para fomentarlo y preservarlo.

Las estadísticas del bienestar de una sociedad pueden guiar de forma beneficiosa políticas sustentables de desarrollo económico y ambiental. Por el contrario, las estadísticas más tradicionales, como puede ser el PBI, son evidencias necesarias, pero no suficientes para garantizar que el crecimiento sea inclusivo y política y socialmente sostenible.

Así, el Reporte Mundial sobre la Felicidad de las Naciones Unidas clasifica a 156 países según el grado de felicidad percibida por sus ciudadanos.

El de este año tiene en cuenta el bienestar subjetivo y profundiza en cómo los entornos sociales, urbanos y naturales influyen en nuestra felicidad. Los resultados señalan que el 75% de la brecha entre los primeros y últimos países en el ranking se explica por seis variables claves: tener alguien con quien contar, generosidad, el sentido de libertad, la falta de corrupción de la sociedad, el PBI per cápita, la desigualdad y una expectativa de vida sana.

La mitad de esta diferencia entre los países es explicada por las primeras cuatro variables. Incluso en los países ricos la diferencia se entiende por la salud mental y física, las relaciones personales y las normas institucionales.

Es importante seguir reflexionando en simposios, ensayos, columnas y de todas las maneras posibles. Pero también, y sobre todo, actuar en consecuencia. Las crisis tienen efectos distintos en las sociedades. Sabemos que pueden impulsar nuestras capacidades de adaptación a las adversidades y hacernos más resilientes.

Pero también pueden tener el efecto contrario, es decir, conducir a un estrés intenso y sostenido en el tiempo, que corroe los lazos sociales, haciendo que las personas se vuelvan más egoístas e individualistas.

Ante esto, debemos esforzarnos por desarrollar un espíritu colectivo fuerte que pueda hacer frente a las consecuencias de la pandemia y también enfrentar futuras amenazas. Para poder salir fortalecidos de este desafío inmenso, no solo tenemos que abordar las consecuencias de la pandemia sobre la salud mental y la economía, sino también y, más que nunca, debemos cambiar las viejas prácticas que hacen que el bienestar en Argentina sea un privilegio de pocos.

Facundo Manes es Doctor en Ciencias, Cambridge University. Neurólogo y neurocientífico, Fundador de Ineco y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. Investigador del CONICET.

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