Cuando nos levantamos, nuestro cerebro es distinto a cómo es cuando nos acostamos
Ene, 2024 cerebro
Lois Balado - https://www.lavozdegalicia.es/noticia/lavozdelasalud/vida-saludable/
David Bueno acaba de publicar «Educa tu cerebro», donde llama a encontrar propósitos vitales para lograr «mejorar nuestra percepción subjetiva de bienestar»
Viajen un segundo hasta su infancia. Traten de recordarse en clase ante un ejercicio de alguna asignatura que consideren que se les daba mal; da igual que sea matemáticas, física o lengua castellana. ¿Cómo se comportaban ante estas dificultades? ¿Simplemente asumían que «eran malos en matemáticas» o se resignaban a creer eso y mantenían la firme creencia de que podrían llegar a ser buenos? Vuelvan ahora al presente, ¿siguen teniendo estas actitudes en su vida?, ¿asumen sus supuestas limitaciones ante determinados retos laborales o tratan de superara esos supuestos límites? En definitiva ¿tienen una «mentalidad fija» o una «mentalidad de crecimiento»?
David Bueno se ha propuesto reeducar a nuestros cerebros a través de, precisamente, Educa tu cerebro (Grijalbo, 2024). Él asegura que es posible y que será útil para disfrutar de una vida plena. Si, en un momento en el que los mensajes excesivamente optimistas nos rodean por babor y estribor —todo eso del «si quieres puedes»—, les hace sospechar, les tranquilizará saber que lo afirma echando mano de la neurociencia. «Se trata de datos científicos recogidos en las últimas dos décadas que creo que nos pueden ser útiles para entender un poquito mejor todo el proceso de la educación», adelante. David es biólogo y también neuroeducador, y su pasión por la docencia y la huella que deja en los estudiantes se refleja en cada una de sus páginas.
— ¿Cómo funciona y cómo optimizar nuestro cerebro para disfrutar de una vida plena? ¿Cómo hacerlo?
—Lo primero es teniendo objetivos y propósitos vitales. Una persona sin objetivos ve pasar las horas y ya está. Tener objetivos es la manera de motivarte. Las personas con objetivos son más optimistas y eso energiza el cerebro. Cuando estamos motivados, nuestro cerebro recibe más energía, más glucosa y más oxígeno, que es lo que consume para tener energía metabólica, lo que implica que funcione de manera más eficiente. Y como funciona de manera más eficiente, todo lo que hacemos sale un poco mejor; y como sale un poquito mejor, nos sentimos más satisfechos, lo que estimula de nuevo el optimismo y la motivación. Es un círculo vicioso en el que entramos y que nos incrementa la percepción subjetiva de bienestar.
—Leyendo su libro, uno se da cuenta de que actitudes no muy sanas con las que nos han educado en el colegio dejan una huella cerebral que afecta a nuestro futuro. Por ejemplo, ordenar a los niños en una clase por sus resultados académicos.
—Visto desde una perspectiva actual, sí. Y por supuesto que ha tenido una influencia en nosotros. Pero para mí, lo pasado, pasado está. Se trata de no repetir los mismos errores. Yo he tenido este tipo de educación y tengo que reconocer que, personalmente, no me fue mal. Es verdad que solía estar en la mitad hacia delante de esta lista, pero algunos que estaban en ese vagón de cola y que siguen siendo buenos amigos míos lo pasaron fatal. Para mí, lo importante es esa capacidad que tiene nuestro cerebro de ir cambiando. Saber que algo que sucedió en tu etapa educativa o en cualquier entorno durante tu infancia, si está perjudicando tu manera de ser actual, puedes, no cambiarlo radicalmente porque el cerebro no funciona de esta manera, pero sí suavizarlo para conseguir tener una vida más acorde contigo mismo y con tu entorno.
—Menciona en el libro el efecto Flynn. Viene a decir que, en base a los test de inteligencia clásicos, cada generación era más lista que la anterior hasta que de repente se invirtió la tendencia y, según estos test, ahora nuestras capacidades decrecen. ¿Qué está pasando?
—Hablamos de test estandarizados hechos en períodos distintos. No somos peores. Tampoco mejores, somos diferentes. Sé que esto está muy manido, pero el contexto histórico, social, cultural y tecnológico cambia. No puedes comparar el hoy con hace cuarenta y ocho años, cuando yo estaba en la EGB. Lo que hacemos es, simplemente, adaptarnos, que es una de las funciones principales de nuestro cerebro: adaptar nuestros comportamientos al entorno donde nos educamos y vivimos para poder llevar una vida lo más larga y plena posible. Esas comparaciones siempre son feas, ¿qué comparamos?, ¿una persona que estudió con ordenadores con una que estudió sin ellos?, ¿una que podía salir a la calle a jugar porque no había tantos coches con una que tiene que estar encerrada en casa porque por todos lados circulan vehículos?
—Saca el tema de los ordenadores. Sabe que hay posiciones que proponen restringir totalmente el acceso de los jóvenes a las pantallas hasta los 16 años. ¿No aportan nada bueno en absoluto?
—Lo que creo es que las prohibiciones nunca son buenas y lo que generan muchas veces es el efecto contrario: el deseo de utilizar lo prohibido. En el caso de los adolescentes, mucho más. Lo que sí creo es que hay que regularlo, y la regulación puede conllevar algún tipo de prohibición. Por ejemplo, prohibir los móviles en el recreo para que socialicen y jueguen entre ellos; que se relacionen con su entorno y consigo mismos. Pero una prohibición absoluta, no. De hecho, lo que se está viendo es que el uso no provoca ningún daño. Lo que sí puede provocarlo es el abuso, ahí es donde está la diferencia. Pero claro, el límite entre el uso racional y el abuso es una línea muy fina que depende de cada persona. Estar media hora chateando con tus amigos a través de WhatsApp no hace daño a nadie. El problema es cuando se están tres, cuatro o cinco horas. O que estén estudiando con el móvil al lado que, necesariamente divide su atención, disminuye la concentración e incrementa el estrés. Aquí es donde hay que ayudarles a gestionarlo bien. Y muchas veces somos los adultos los que no lo hacemos bien. ¿Cuántas veces estamos respondiendo un correo o whattsap fuera del horario de trabajo? Eso lo ven nuestros hijos.
—Pero más allá de actitudes perjudiciales o de que la luz azul nos quite el sueño, ¿no ha sentido nunca el impulso de intentar ampliar con los dedos una foto física? De alguna manera, han cambiado nuestro cerebro.
—Que nos cambian está claro, porque esa es la función de nuestro cerebro. El cerebro va cambiando para adaptarse al entorno. El entorno de la escritura cuneiforme, cuando se hacían muescas en arcilla, es diferente al entorno de cuando se escribía a mano porque no había máquinas de escribir o al de ahora, que lo hacemos en formato digital. El cerebro se ha ido adaptando a lo largo de la historia, cada generación, para que cada persona se adapte. De hecho, los jóvenes tienen más capacidad de hacer dos cosas al mismo tiempo que los que somos de la época analógica. Bueno o malo, el cerebro se adapta. El problema es cuando llegamos al abuso. Ha habido proyectos en los que, cuando el alumno llegaba al aula, encendía su ordenador y no lo soltaba hasta acabar la clase. ¿Dónde está la mirada con su profesor?, ¿Dónde está el intercambio con sus compañeros? Ese es el problema. Hay que tener presente que una hora antes de acostarnos no deberíamos realizar ningún trabajo que sea intelectualmente exigente: ni niños ni adolescentes ni adultos.
—Sobre las altas capacidades, cuenta que influye mucho más el ambiente que la genética del niño. ¿Qué ambiente es ese?
—Básicamente, lo que mide la heredabilidad es qué peso tiene la genética en estas características. El ambiente es clarísimamente importante. Para aprender a leer, que sabemos que las personas con altas capacidades empiezan muy pronto, primero hay que aprender a hablar. Esto parece muy de Perogrullo, pero es clave. Nuestra escritura se basa en el lenguaje oral. Si el ambiente, es decir, la familia, habla con sus hijos desde que son pequeños; si les cuentan cosas desde que nacen aunque parezca que no entiendan nada, ellos las van asimilando conceptos hasta que se lanzan a hablar. Si les explicas cosas adecuadas a su edad, pero no con monosílabos, sino con frases cada vez más elaboradas, los estimulas. Si les escuchas activamente cuando hablan, porque dejarán de hacerlo si se dan cuenta de que lo que dicen no te interesa, los estimulas. Estos diálogos, leerles cuentos, es ambiente; estarás estimulando a su cerebro a sacar más potencial que aquello que la genética le da. Si ya hay una predisposición genética para tener altas capacidades, se las estarás potenciando y las verás pronto. Si el ambiente no es el adecuado, no. Del mismo modo, si no tiene predisposición genética a las altas capacidades, pero el ambiente es estimulante, seguro que estará más arriba en cuanto a capacidades que si el ambiente no es el adecuado.
—¿Se corre el riesgo de aturullarlos si no acertamos a hablarles de manera «adecuada a su edad»?
—No se trata de hablarles 24 horas al día, simplemente de mantener conversaciones con ellos. Yo cada vez veo a más familias jóvenes que salen a pasear por Barcelona el sábado o el domingo y cada uno lleva su aparato digital en la mano. Y la niña, sentadita en su cochecito, también viendo alguna cosa en otro. Simplemente hablo de que, si vas a pasear y vas hablando con tu pareja, escuche si comentáis cómo están saliendo las primeras hojas de los árboles en la primavera o cualquier otra conversación normal. Lo que sucede es que muchas veces se les tiene al margen de las conversaciones de los adultos y cuando nos dirigimos a ellos lo hacemos con monosílabos: «Lávate», «levántate», «vístete». Es aquí donde está la diferencia.
—Asegura en el libro que fumar cannabis siendo adolescente condicionará la forma de ser de nuestros hijos, ¿Cómo es esto posible?
—Esto es así debido a las llamadas epigenéticas. Son marcas que se hacen en el ADN, que no cambian el mensaje de los genes, pero sí contribuyen a regular cómo funcionan. Estas marcas, de las que no somos conscientes, se van estableciendo a medida que vamos viviendo para adaptar el funcionamiento de tus genes el entorno en el que vives. Para hacer tu vida más cómoda a nivel orgánico y fisiológico. Cuando hay una situación traumática, estas marcas epigenéticas no solo las haces en ti, sino que se ha observado que en algunos casos también se hacen en tus óvulos o tus espermatozoides, provocando que tus hijos o hijas nazcan ya con esa marca que regula unos genes determinados para que se adapten mejor a ese ambiente. Se ha visto que fumar marihuana en exceso en la adolescencia genera marcas epigenéticas que no solo condicionan el funcionamiento de los genes de esos chicos y chicas a lo largo de su vida, sino que el cuerpo lo interpreta como una agresión tan traumática que también hace marcas en los gametos —óvulos y espermatozoides—. Provoca que sus hijos nazcan ya con ciertas predisposiciones epigenéticas que les llevan a ser menos curiosos, más impulsivos y con menor capacidad de aprendizaje. Si estos hijos ya no fumasen marihuana, sus descendientes ya nacerán libres de esto. No se queda para siempre en la familia.
—Recuerda que las inteligencias múltiples no existen, que inteligencia solo hay una. Pero coloquialmente hablamos de la inteligencia emocional o la inteligencia social, ¿es incorrecto?
—En el lenguaje coloquial decimos muchas cosas que no son científicamente estrictas, pero es que hablar siempre con corrección científica absoluta es muy laborioso. Yo mismo lo uso. De todas formas y en mi opinión, esta hipótesis de las inteligencias múltiples que propuso Howard Gardner hace ya cuarenta años fueron un paso adelante muy importante, aunque luego se demostrase que no eran ciertas. Hasta esa época, se pensaba que la inteligencia era una cosa muy restringida, lógico-matemática, lingüística y poco más. Lo que propuso Gardner fue la existencia de otras inteligencias como la emocional, la interpersonal o la intrapersonal. Es verdad que la neurociencia ha visto que no tenemos muchas inteligencias, sino una sola que se nutre de estos componentes y de otros más. Si Gardner hubiese hablado de facetas múltiples de la inteligencia, sería más acertado. La inteligencia tiene muchas facetas que están interactuando entre sí constantemente para generar esta única inteligencia que tenemos.
—También cuenta que nuestro cerebro no es el mismo cerebro cuando se levanta que cuando se acuesta. Y que no es una metáfora.
—No, cuando nos levantamos, nuestro cerebro es distinto biológicamente a cómo es cuando nos acostamos. Todas las experiencias que tenemos y las cosas que aprendemos cada día, todo lo que vamos recordando en nuestra memoria, queda fijado en nuestro cerebro a través de conexiones nuevas que se van haciendo entre las neuronas. No somos capaces por limitaciones técnicas, pero si lográsemos escanear todas las conexiones del cerebro humano por la mañana y las comparásemos con las que hay por la noche, veríamos que es diferente.
—Introduce un concepto tan interesante como desalentador: la «constante macabra». Viene a decir que siempre necesitamos que haya un porcentaje de personas que suspendan un examen, que nuestro cerebro tiende a creer imposible que todo el mundo sea capaz de aprobar. ¿Hacemos esto con más cosas?
—Somos así en todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida, porque eso nos simplifica nuestra existencia. Ver las interacciones como una gama infinita de grises es muy complejo, tienes muchos elementos que valorar y el cerebro tiende a catalogarlo todo de forma dual: sí o no, blanco o negro, bueno o malo. Eso nos simplifica muchísimo la vida. No debe preocuparnos que muchas veces actuemos de esta manera. No podríamos actuar bien si todo fuese una gama de grises en nuestra mente. Pero debemos ser conscientes de ello, porque muchas veces caemos en esto cuando estamos valorando a otra persona. Si para destacar cuáles son tus mejores alumnos, tienes que destacar también quiénes son los peores, tenemos un problema.